Una Situación Difícil…
————————-
Por: Guillermo M. Guerrillero del BCJB
La historia que voy a narrar es una de las tantas situaciones difíciles que se viven cuando se lucha por un ideidealal noble y justo, no se trata de un tema estrictamente militar pero sí de algo que se deriva de la guerra.
A raíz de una hheridaerida en combate que tuve, se hizo necesario un tratamiento especial, por eso había que dejar por un tiempo las montañas y desplazarse a la ciudad, lo que se convierte en algo muy complejo por la gravedad de la herida y la necesidad de mantener las medidas de seguridad y todo lo que implica ser revolucionario en un país como el nuestro. A pesar de todo, en ese sentido todo salió bien, estando allí siempre venía a mi mente una charla del camarada Manuel en la que nos dijo: "Jóvenes, el enemigo no es adivino, si fuera así ya hubieran acabado con el movimiento, son millones de personas las que se mueven a diario y entre ellas nosotros, lo que pasa es que si pueden oír cuando un combatiente se toma unos tragos y comienza a decir cosas que no debe, o compra un teléfono y llama a todo el mundo, o se las da de héroe o heroína de grandes batallas; así no falta quien escuche hasta que llega a oídos de quienes nos han declarado la guerra", en conclusión nos quería decir que son nuestras indisciplinas las que llevan a que el enemigo, sin mucho esfuerzo, logre darnos golpes y no su inteligencia. Esas enseñanzas me daban mucha tranquilidad cuando pasaba caminando al lado de policías y militares, incluso me daba risa, pero obviamente con precaución, y entonces pensaba: tiene razón nuestro comandante.
Luego de haber tenido recuperación satisfactoria y volver a caminar, se sienten deseos inmensos de retomar las actividades y reencontrarse con los compañeros, pero había una realidad muy dura de aceptar y era que aún no estaba en condiciones de retornar al campamento, me dolía mucho la herida y faltaban mucha terapias, de todas maneras yo quería estar en contacto ya con los nuestros, por eso regrese de la ciudad. Al llegar a el área nos encontramos con unos operativos muy fuertes pero así logramos reunirnos con los camaradas que tan pronto vieron mi estado dijeron que estaba muy mal para caminar, por lo que lo mejor era quedarme en una casa a terminar las terapias y esperar la evolución y según el dictamen médico tomar decisiones. Aunque nadie lo mencionó, la posibilidad del licenciamiento no estaba descartada, los rostros de los camaradas me lo decían, pero yo me negaba a aceptarlo y desde ese momento me comprometí a recuperarme para poder volver a las filas guerrilleras.
Partí nuevamente del campamento para una casa de una vereda cercana, cuando íbamos acercándonos se veía muy pequeña y efectivamente lo era, allí vivía una familia muy humilde, 5 hijos, la madre y el padre y tres personas más que se quedaban allí cuando no tenían trabajo y ahora el nuevo agregado que se preguntaba ¿cómo vamos a dormir?, la casa no tenía sino 2 habitaciones, una donde dormían el señor y la señora, la otra donde dormían los hijos, así que la respuesta era fácil, pues el único lugar disponible era la sala.
Allí dormía todas las noches después de ver las noticias, o mejor, escuchar las noticias porque la señal del TV se obtenía con una vara de diez metros y con una tapa de cocina que hacía las veces de antena, ya se imaginarán la calidad de la imagen, lo bueno era que llamaba mucho a la imaginación. Por mi condición de salud me dieron la cama de uno de los niños, en las noches los escuchaba pelear en voz baja, de seguro no les gustaba dormir juntos.
El señor tenía un carácter fuerte, se veía siempre muy serio, al comienzo llegue a pensar que era por mi llegada, pero rápidamente descubrí que era su aspecto pero que se trataba de una gran persona. Los demás eran al extremo joviales, una familia muy unida, seguramente por sus duras condiciones de vida; lo único que poseían era su casita y unas matas de coca, todo lo que yo calculaba, no pasaba de 100 metros cuadrados; pero era suficiente para que ellos vivieran felices, no había luz eléctrica, la tele se veía con una batería, la cocina quedaba pegada a la habitación y tenía un techo de palma real, se cocinaba con leña.
En el día los niños de 8 y 12 años se iban para la escuela, los demás se iban a trabajar junto con el papá y la señora quedaba sola en la casa con su bebe de 2 años. Yo me dedicaba a hacer mis terapias y todo lo que creía que me ayudaría a recuperar. Después del medio día llegaban todos de nuevo a almorzar, descansar un poco y luego a jugar micro, yo jugaba hasta que me golpeaba el pie y tenían que sacarme de la cancha en hombros, pero porque no podía caminar, a veces debían colocarme paños de agua tibia para desinflamar. Para todos los de la casa era casi imposible que yo volviera a caminar como antes.
En la región vivían muchas personas que tenían mejores condiciones en sus casas, tenían planta eléctrica, motos, carros…. Algunos me invitaban, con mucho cariño, a que me fuera a recuperar allá, pero yo nunca acepte, pues había algo muy bonito en aquella familia humilde que me había acogido con mucha solidaridad, todos se querían; cada vez teníamos más confianza y compartíamos lo que teníamos, el movimiento nos enviaba el mercado y finalmente cubríamos las necesidades.
Un sábado a eso de las dos de la mañana me despertaron unos ruidos, golpes, risas, me asome por un hueco de una tabla y vi velas prendidas a un lado del patio, todos trabajaban mecánicamente sacrificando una res, unos sostenían al animal, ya sin vida, otros alumbraban, otros despresaban y arreglaban carne y el único personaje que dormía a esa hora era yo; así que me uní a la montonera, al menos a reír y ayudar a sostener, no sin que me dijeran al unísono: "quédese quietico por ahí que se maltrata el pie". Amaneció y comenzaron a llegar los vecinos a comprar carne, yo ayudé a pesar, el señor cortaba las libras y la señora recibía el dinero. Luego venía la mejor parte que era ir por toda la vereda a distribuir la carne, pues nos montábamos en el carro familiar que era algo parecido al de los pica piedra, tenía solo los sillines de adelante, no tenía más piso que unas tablas, el motor estaba cubierto por una lata; me impresionaba que para todos era normal ver ese vehículo pero para mí era imposible que esa cosa se moviera y más con personas que se tenían de donde pudieran para no desprenderse.
De esa manera se fue creando una estrecha relación familiar, el señor ya reía conmigo y me contaba muchas historias, de vez en cuando me llevaba a pescar en una moto que era del mismo modelo que el carro, por las tardes la señora hacía un tinto, el más rico, y todos nos sentábamos en el patio a contar chistes e historias; en ese ranchito viejo se entrelazaban lazos fuertes de fraternidad.
Pasaron varios meses y la fractura fue mejorando, ya habíamos sacrificado también varias reces, en alguna ocasión el señor me dijo que había escuchado que los guerrilleros hacíamos una buena gelatina con las patas de las vacas, en seguida pasó por mi mente el procedimiento, yo no era el más experto pero había ayudado a hacer la gelatina varias veces y lo que si recordaba es que se necesitaba bastante panela. Cuando fuimos a ver la alacena efectivamente no contábamos con suficiente panela, así que fuimos a la tienda y sacamos unas fiadas. Comenzó el preparativo, todos observando los pasos que yo daba, los niños listos con un pocillito en la mano atentos a un desliz de miel ya procesada, cuando por fin estuvo lista, el señor que aparentaba tener carácter de roca, parecía un niño más comiendo e invitando a los vecinos que lo veían tan feliz, con una mirada de profundo agradecimiento. Lo cierto es que a los ocho días el señor ya tenía todo listo nuevamente para la producción, me dijo que él mismo la iba a preparar y se dispuso a dar órdenes a todos: ténganme listo esto, no me toquen eso, saquen los chinos de ahí…. En conclusión, hizo la gelatina. Por primera vez en la vida yo había enseñado algo a alguien, eso fue muy bonito, ya se aproximaba la hora de partir y sentía que iba a ser duro, pero a la vez estaba feliz de haber conocido personas tan valiosas. La señora alisto una olla y corto el producto en trozos, el señor prendió la moto y salieron los dos; al cabo de un rato regresaron sin nada, habían vendido todo, devolvieron la panela prestada y compraron una caja para seguir la producción.
Un día me llamaron al campamento y el encargado me dijo: usted debe ser claro que por su estado de salud ya no puede seguir aquí con nosotros, pero sí puede aportar desde otro lugar en otras tareas, para mí era muy difícil escuchar eso, porque aunque físicamente parecía no poder, en mi cabeza estaba convencido de seguir luchando junto con los demás; así fue que tome la decisión de ir a la casita, recoger mis cosas y presentarme a la unidad hasta que un organismo superior me dijera que debía irme.
La señora me despidió con lágrimas, la abrace y deje saludos a los demás que no se encontraban en ese momento, me fui con la esperanza de algún día poder trasmitir esta historia, y que sepan ellos y todos aquellos que viven en esas condiciones de pobreza que hay quienes luchan por cambiar lo que por siglos han querido perpetuar los poderosos y es la idea de que ser pobre, sin salud, sin educación, y sin derecho a todo lo que nos pertenece, es un mandato divino.
Efectivamente los camaradas entendieron mi decisión y aunque con dificultades en mi pie, aquí estoy firme, aportando a ésta, la más justa de todas las causas.
Tweet |
0 comentarios:
Publicar un comentario